Diéresis

Un espacio para libros, frases, dichos, o articulaciones de palabras que merecen no pasar desapercibidas.

domingo, octubre 29, 2006

La Solidaridad, para Italo Calvino, en "La Gran Bonanza de las Antillas"

Me detuve a mirarlos.
Trabajaban así, de noche, en aquella calle apartada, en torno a la persiana metálica de una tienda.
Era una persiana pesada: hacían palanca con una barra de hierro, pero no se levantaba.
Yo pasaba por allí, solo y por azar. Me puse a empujar yo también con la barra. Ellos me hicieron lugar.
No marchábamos acompasados; yo dije "¡Ale-hop!". El compañero de la derecha me dio un codazo en voz baja:
-¡Calla! -me dijo-, ¿estás loco? ¿Quieres que nos oigan?
Sacudí la cabeza como para decir que se me había escapado.
Hicimos un esfuerzo y sudamos, pero al final la levantamos tanto que se podía pasar. Nos miramos las caras, contentos. Después entramos. A mí me dieron un saco para que lo sostuviera. Los otros traían cosas y las metían adentro.
- ¡Con tal que no lleguen esos cabrones de la policía! -decían-
- Cierto -respondía yo-. ¡Cabrones, eso es lo que son!
- Calla. ¿No oyes ruido de pasos? -decían de vez en cuando. Yo paraba la oreja con un poco de miedo.
- ¡No, no son ellos! -contestaba.
Uno me decía:
- ¡Esos llegan siempre cuando menos se los espera!
Yo sacudía la cabeza.
- Matarlos a todos, eso es lo que habría que hacer -decía yo.
Después me dijeron que saliera un momento, hasta la esquina, a ver si llegaba alguien. Salí.
Fuera, en la esquina, había otros pegados a las paredes, escondidos en los ángulos, que se acercaban.
Me uní a ellos.
- Hay ruidos por allí, por aquellas tiendas -dijo el que tenía más cerca.
Estiré el cuello.
- Mete la cabeza, imbécil, que si nos ven escapan otra vez -murmuró.
- Estaba mirando... -me disculpé, y me apoyé en la pared.
- Si conseguimos rodearlos sin que se den cuenta -dijo otro- caerán todos en la trampa.
Nos movimos a saltos, de puntillas, conteniendo al respiración: a cada momento nos mirábamos con los ojos brillantes.
- No se nos escaparán -dije.
- Por fin conseguiremos atraparlos con las manos en la masa -dijo uno.
- Ya era hora -dije yo.
- ¡Delincuentes, canallas, desvalijar así las tiendas! -dijo aquél.
- ¡Canallas, canallas! -repetí yo con rabia.
Me mandaron un poco adelante, para ver. Caí dentro de la tienda.
- Ahora -decía uno cargando un saco sobre el hombro.
- ¡Rápido -dijo otro- cortemos camino por la trastienda! ¡Así nos escabullimos delante de sus propias narices!
Todos teníamos una sonrisa de triunfo en los labios.
- Se quedarán con un buen palmo de narices -dije.
Y nos escurrimos por la trastienda.
- ¡Una vez más caen como chorlitos! -decían.
En eso se oyó:
- Alto ahí, ¿quién va? -y se encendieron las luces.
Nosotros nos agachamos para escondernos en un trastero, pálidos, y nos tomamos de la mano. Otros entraron también allí, no nos vieron, dieron media vuelta. Salimos pitando.
- ¡Se la dimos! -gritamos. Yo tropecé dos o tres veces y me quedé atrás. Me encontré en medio de los otros que también corrían.
- Corre -me dijeron-, que los alcanzamos.
Y galopábamos todos por el callejón, persiguiéndoles.
- Corre por aquí, corta por allá -nos decíamos y los otros ya nos llevaban poca ventaja, y nos gritábamos-: ¡Corre, que se nos escapan!
Yo conseguí pisarles los talones a uno que me dijo:
- Bravo, pudiste escapar. ¡Ánimo, por aquí, que les haremos perder la pista! -Y me puse a su lado. Al cabo de un momento me encontré solo en un callejón. Uno se me acercó, me dijo corriendo:
- Por aquí, los he visto, no pueden estar lejos. -Corrí un poco detrás de él.
Después me detuve, sudando. no había nadie, no se oían más gritos. Metí las manos en los bolsillos y seguí paseando, solo y al azar.

Etiquetas: , ,