Diéresis

Un espacio para libros, frases, dichos, o articulaciones de palabras que merecen no pasar desapercibidas.

martes, octubre 31, 2006

La angustia y el ser resumidas en Port, en "El Cielo Protector" de Paul Bowles

Tuvo un estremecimiento súbito de autocompasión casi agradable, tan bien expresaba su estado de ánimo. Era un estremecimiento físico, estaba solo, abandonado, perdido, sin esperanzas, con frío. Especialmente con frío, un frío interior, profundo, que nada podía cambiar. Aunque esa glacial ausencia de vida era la base de su infelicidad, se aferraría siempre a ella porque era también el centro mismo de su ser, en torno al cual se había construído.
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comentario anónimo: Este texto me hace acordar a un domingo de lluvia, en Italia, cuando estaba solo en mi habitación y pensaba qué sería de mí.

la hermandad, según Raúl González Tuñón en "Requien para Enrique González Tuñon" - para mis tres hermanos

Los Tuñón eran uno, un solo ímpetu,
uno e indivisible como la poesía,
Enrique estaba en mí, yo en él, vivíamos
una misma mañana, el mismo asombro
ante las cosas mágicas y vulgares del mundo;
una aventura apenas diferente
en sus matices. Apartados por la muerte una tarde
de mayo sin banderas, él continuó en mí
y continúa cada vez más adentro
en los finos canales de la sangre que viene
de imagineros y mineros trashumantes y obreros.
Los Tuñón eran uno y así podrá decirse
que es Enrique quien vive y yo quien está muerto.

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domingo, octubre 29, 2006

La Solidaridad, para Italo Calvino, en "La Gran Bonanza de las Antillas"

Me detuve a mirarlos.
Trabajaban así, de noche, en aquella calle apartada, en torno a la persiana metálica de una tienda.
Era una persiana pesada: hacían palanca con una barra de hierro, pero no se levantaba.
Yo pasaba por allí, solo y por azar. Me puse a empujar yo también con la barra. Ellos me hicieron lugar.
No marchábamos acompasados; yo dije "¡Ale-hop!". El compañero de la derecha me dio un codazo en voz baja:
-¡Calla! -me dijo-, ¿estás loco? ¿Quieres que nos oigan?
Sacudí la cabeza como para decir que se me había escapado.
Hicimos un esfuerzo y sudamos, pero al final la levantamos tanto que se podía pasar. Nos miramos las caras, contentos. Después entramos. A mí me dieron un saco para que lo sostuviera. Los otros traían cosas y las metían adentro.
- ¡Con tal que no lleguen esos cabrones de la policía! -decían-
- Cierto -respondía yo-. ¡Cabrones, eso es lo que son!
- Calla. ¿No oyes ruido de pasos? -decían de vez en cuando. Yo paraba la oreja con un poco de miedo.
- ¡No, no son ellos! -contestaba.
Uno me decía:
- ¡Esos llegan siempre cuando menos se los espera!
Yo sacudía la cabeza.
- Matarlos a todos, eso es lo que habría que hacer -decía yo.
Después me dijeron que saliera un momento, hasta la esquina, a ver si llegaba alguien. Salí.
Fuera, en la esquina, había otros pegados a las paredes, escondidos en los ángulos, que se acercaban.
Me uní a ellos.
- Hay ruidos por allí, por aquellas tiendas -dijo el que tenía más cerca.
Estiré el cuello.
- Mete la cabeza, imbécil, que si nos ven escapan otra vez -murmuró.
- Estaba mirando... -me disculpé, y me apoyé en la pared.
- Si conseguimos rodearlos sin que se den cuenta -dijo otro- caerán todos en la trampa.
Nos movimos a saltos, de puntillas, conteniendo al respiración: a cada momento nos mirábamos con los ojos brillantes.
- No se nos escaparán -dije.
- Por fin conseguiremos atraparlos con las manos en la masa -dijo uno.
- Ya era hora -dije yo.
- ¡Delincuentes, canallas, desvalijar así las tiendas! -dijo aquél.
- ¡Canallas, canallas! -repetí yo con rabia.
Me mandaron un poco adelante, para ver. Caí dentro de la tienda.
- Ahora -decía uno cargando un saco sobre el hombro.
- ¡Rápido -dijo otro- cortemos camino por la trastienda! ¡Así nos escabullimos delante de sus propias narices!
Todos teníamos una sonrisa de triunfo en los labios.
- Se quedarán con un buen palmo de narices -dije.
Y nos escurrimos por la trastienda.
- ¡Una vez más caen como chorlitos! -decían.
En eso se oyó:
- Alto ahí, ¿quién va? -y se encendieron las luces.
Nosotros nos agachamos para escondernos en un trastero, pálidos, y nos tomamos de la mano. Otros entraron también allí, no nos vieron, dieron media vuelta. Salimos pitando.
- ¡Se la dimos! -gritamos. Yo tropecé dos o tres veces y me quedé atrás. Me encontré en medio de los otros que también corrían.
- Corre -me dijeron-, que los alcanzamos.
Y galopábamos todos por el callejón, persiguiéndoles.
- Corre por aquí, corta por allá -nos decíamos y los otros ya nos llevaban poca ventaja, y nos gritábamos-: ¡Corre, que se nos escapan!
Yo conseguí pisarles los talones a uno que me dijo:
- Bravo, pudiste escapar. ¡Ánimo, por aquí, que les haremos perder la pista! -Y me puse a su lado. Al cabo de un momento me encontré solo en un callejón. Uno se me acercó, me dijo corriendo:
- Por aquí, los he visto, no pueden estar lejos. -Corrí un poco detrás de él.
Después me detuve, sudando. no había nadie, no se oían más gritos. Metí las manos en los bolsillos y seguí paseando, solo y al azar.

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Tadeo Isidoro Cruz según Borges en "El Aleph"

El seis de febrero de 1829, los montoneros que, hostigados ya por Lavalle, marchaban desde el Sur para incorporarse a las divisiones de López, hicieron alto en una estancia cuyo nombre ignoraban, a tres o cuatro leguas de Pergamino; hacia el alba, uno de los hombres tuvo una pesadilla tenaz: en la penumbra del galpón, el confuso grito despertó a la mujer que dormía con él. Nadie sabe lo que soñó, pues al otro día, a las cuatro, los montoneros fueron desbaratados por la caballería de Suárez y la persecusión duró nueve leguas, hasta los pajonales ya lóbregos, y el hombre pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las guerras del Perú y del Brasil. La mujer se llamaba Isidora Cruz: el hijo que tuvo recibió el nombre de Tadeo isidoro.
Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen, sólo me interesa una noche...
...En los últimos días del mes de junio de 1870, recibió la orden de apresar a un malevo, que debía dos muertes a la justicia. Era éste un desertor de las fuerzas que en la frontera Sur mandaba el coronel Benito Machado; en una borrachera, había asesinado a un moreno en un lupanar; en otra, a un vecino del partido de Rojas; el informe agregaba que procedía de la Laguna Colorada. En este lugar, hacía cuarenta años, habíanse congregado los montoneros para la desventura que dio sus carnes a los pájaros y a los perros; de ahí salió Manuel Mesa, que fue ejecutado en la Plaza de la Victoria, mientras los tambores sonaban para que no se oyera su ira; de ahí, el desconocido que engendró a Cruz y que pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las batallas del Perú y del Brasil. Cruz había olvidado el nombre del lugar; con leve pero inexplicable inquietud lo reconoció... El criminal, acosado por los soldados, urdió a caballo un largo laberinto de idas y venidas; éstos sin embargo, lo acorralaron la noche del doce de julio. Se había guarecido en un pajonal. La tiniebla era casi indescrifrable; Cruz y los suyos, cautelosos y a pie, avanzaron hacia las matas en cuya hondura trémula acechaba o dormía el hombre secreto. Gritó un chajá; Tadeo Isidoro Cruz tuvo la impresión de haber vivido ya ese momento. El criminal salió de la guarida para pelearlos. Cruz lo entrevió, terrible; la crecida melena y la barba gris parecían comerle la cara. Un motivo notorio me veda referir la pelea. Básteme recordar que el desertor malhirió o mató a varios de los hombres de Cruz. Éste, mientras combatía en la oscuridad (mientras su cuerpo combatía en la oscuridad), empezó a comprender. Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban. Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él. Amanecía en la desaforada llanura; Cruz arrojó por tierra el quepís, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados, junto al desertor Martín Fierro.

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miércoles, octubre 25, 2006

El salto al vacío de Joy en "El mundo es un pañuelo" de David Lodge

"...¿No has tenido nunca la sensación, cuando conduces a buena marcha en un tráfico denso, de que todo resulta extraordinariamente precario, aunque todos los implicados parezcan dar por sentada la situación? Todos los conductores perecen tan aburridos en sus coches y sus camiones, tan abstraídos, como si sólo quisieran ir de A a B, y sin embargo en todo momento se encuentran tan sólo a unos centímetros, a unos segundos de la muerte repentina. Basta con que alguien haga girar su volante unos centímetros más en este sentido en lugar del otro, para que todos empiecen a chocar entre sí. O bien estás conduciendo por una carretera costera llena de curvas, y te das cuenta que si retirases las manos del volante, aunque sólo fuera por un segundo, el coche se lanzaría al vacío. Es una sensación espantosa, ya que te das cuenta de lo fácil que sería hacerlo, lo rápido, lo sencillo, lo irreversible que sería todo. A mi me parecía haber hecho algo por el estilo, sólo que yo me había desviado de la carretera para encontrar la vida, no la muerte..."

lunes, octubre 23, 2006

La soledad de Fogg, en "El Palacio de la Luna" de Paul Auster

"...En el parque no tenía que cargar con este fardo de la conciencia de mi aspecto. El parque me proporcionaba un umbral, una frontera, una manera de distinguir entre el interior y el exterior.
Si las calles me obligaban a verme como los demás me veían, el parque me daba la posibilidad de regresar a mi vida interior, de valorarme exclusivamente en términos de lo que estaba pasando dentro de mí. Descubrí que es posible vivir sin un techo pero que no se puede vivir sin establecer un equilibrio entre lo interno y lo externo... Eran momentos felices para mí cuando parecía que mi suerte se había agotado... Puede que haya sido eso lo único que me había propuesto demostrar desde el principio: que una vez que hechas tu vida por los aires, descubres cosas que nunca habías sabido, cosas que no puedes aprender en ninguna otra circunstancia..."